"Gastroemoción" otro término chorras más que me invento; pero que en este caso en concreto sirve para expresar lo que se obtiene de la experiencia, que para mi supone visitar un restaurante. Una experiencia que como ya he mencionado comenzó con el encargo de un menú sorpresa, resultando tal factor sorpresa, incluso más grato de lo que cabía esperar.
Mención especial para una logradísima selección musical, que al igual que el resto de la oferta, viene del saber hacer y de una abultada experiencia. Les felicité por ello y desde aquí vuelvo a hacerlo; por que con este conglomerado de sensaciones me han hecho sentir como de la casa.
Recomiendo a quién observe alguna duda en las anteriores palabras, lo mismo que al resto; seguir leyendo y veréis de que hablo con más exactitud.
La carta de vinos es justa en cuanto a cantidad, pero en ningún caso a calidad; primando la selección personal (alejándose del corta-pega habitual) y la buena gestión de la misma; vino que se acaba, vino que se marca. Parece fácil, pero en muchos sitios no sucede, lo cual provoca fastidiosos contratiempos.
De dicha carta, elegí el Gorvia que aparte de ser un vinazo, tiene una cualidad todoterreno interesante de cara a los menús degustación. Reconozco que dicha cualidad se esfuma ante un tartar de gambas como el que me zampé en esta ocasión; quizás ¿Habría sido esta la ocasión de un champagne...?. En fin, vamos con la pitanza:
Antes de comenzar con los platos es importante tener en cuenta que CDC suele ofrecer un surtido de panes excepcional, que en esta ocasión estuvo formado por: Borona, Espelta, Pasas y orejones y Semillas con aceituna negra.
Todo el surtido de pan está de vicio, pero acompañado de una estupenda mantequilla de albahaca y un buen aceite de arbequina, ya ni os cuento.
El ravioli de remolacha con queso fresco y crema de manzana es un serio comienzo que expresa finura y elegancia en todos los aspectos, además de la extraña obsesión del cocinero por la remolacha.
La zamburiña con muselina de ajo y aceite de pimentón es otra muestra de como llevar un estupendo molusco al éxtasis. En la visita anterior, había sucedido lo propio con un mejillón.
Ahí veis el calamar de potera, con fideos negros, raviolli de puerro y zamburiña con aceite de su tinta. Creo que se explica por si sólo, pero aviso de que una vez rematado esto, café y cuenta habrían sido suficientes, aunque no suelo salir de casa para cenar ligero, si no para saciar al diabólico animal carnívoro que soy...
La torrija de mango caramelizada, con su sorbete, galleta de jenibre, fresas y chocolate es lo que yo llamo un postre completito, que por cierto, estoy viendo la foto y ,pese a que salió movida, no me importaría devorarlo en este preciso momento.
Ahora decidme; ¿es para flipar, o no es para flipar?. Yo a esto le llamo un menú COMPLETITO.A otros se les deberían subir los colores, pero dejando eso de lado, siento un especial orgullo de poder contar esta experiencia y esto es algo que no siempre me sucede.