A las 15:10 de un lluvioso sábado de noviembre abrí por segunda vez la preciosa puerta de entrada a Maruja Limón. Recuerdo la agradable sensación que sentí al comprobar que la iluminación era tenue, pese a ser de día. La sala estaba completamente vacía, ¡un sábado!.
Para ser positivo, me alegré de poder escoger mesa una vez la camarera acudió a recibirme.
En cuanto me senté, Rafael C. M. visitó mi mesa con semblante alegre, parecía tan contento de verme, como yo a él. Teniéndole a pie de mesa, pude pedirle a él mismo el menú degustación; por lo que, afortunado yo, se ofreció a hacer algunos cambios en el mismo. Cosas como esta son las que logran mi más alta valoración y estima hacia el trabajo que realizan en un restaurante.
Además, he de decir que hasta hoy, he pasado por el restaurante en cuatro ocasiones y Rafa siempre ha tenido el detalle de saludarme y de ofrecerme una pequeña charla.
Me gusta señalar estos hechos por que he leído alguna que otra crónica, no del todo favorable sobre este restaurante que, en mi caso, siempre dejó un dulce sabor de boca.
Comencé suave con un agua con gas mientras ojeaba la carta de vinos, acompañado de la barca de aceitunas, clásica en Maruja Limón. Me imaginé un menú bien surtido de carnes y elegí en Pago de Carrovejas.
Comenzamos la pitanza marcando bien la época otoñal en la que nos encontrábamos, de mano de una exquisita crema de setas con yema; que ya con la buena compañía de dos tipos de pan; me dejaron el cuerpo a punto para el resto del menú.
Continua el menú con una ensalada de queso do Cebreiro con tomate confitado y polvo de maíz. Incontestable mezcla de ingredientes que funciona a la perfección; con una ligera vinagreta balsámica y una estética muy vistosa.
Con la liebre escabechada con foie y sorbete de manzana continua la misma linea estética, de impecable mezcla de sabores.
Es el momento de un mar y montaña infaltable en la cocina de Rafael C. M. ; la vieira con tocino confitado, brécol y pil pil de naranja. Destaca una presentación geométrica, minimalista en uno de los mayores aciertos que probé a la hora de cocinar una vieira.
Un plato del que había leído, y muy bien, es el de estas mollejas con salsa de San Simón y uvas.
Los quesos gallegos al poder, en otra creación que presume de suavidad, sabor, elementos perfectamente conjuntados, atención a las temperaturas.... ...rico, rico.
Los quesos gallegos al poder, en otra creación que presume de suavidad, sabor, elementos perfectamente conjuntados, atención a las temperaturas.... ...rico, rico.
El pescado se asoma al menú con este tremendo salmonete (viendo la imagen, no me parece un salmonete; pero copio de mi crónica escrita en papel), sobre alcachofas con fina crema de patata y ajada. Punto ideal de un pescado que no quieres que se acabe.
Sinceramente, a estas alturas dudaba si todavía vendría otro salado más y mis dudas se resolvienron con este contundente porco celta con morcilla, garbanzos y verza. Osea, un cocido elevado al éxtasis.
Los puntos de los ingredientes subliman un plato que me gusta, pero del que no soy ningún fanático.
El primero de los dulces, fue un espléndido cremoso de chocolate sobre una especie de crujiente de cacao y musse de café. O eso recuerdo en mi maltrecho cerebro a estas alturas del menú.
He de admitir que tengo pendiente el prestar más atención a los postres que sirven en este restaurante y digo más atención a sus nombres , elaboración...,. ...por que de lo bueno que estaba si que me acuerdo.
El segundo de los postres sí se componía de un sorbete (que nadie me pregunte de que) sobre una especie de espuma de crema catalana. Ya sabéis que con prácticamente una botella de un potente Pago de Carrovejas y el Casta Diva con el que acompañé las sobremesas, a mis espaldas.... sin tomar nota, mi memoria de pez no da para más.
Para acompañar al café, una piruleta de chocolate (te la comes, por poca hambre que tengas) y una teja.
Debo admitir que tras este vendaval, no cené. De hecho no tomé nada sólido hasta el día siguiente, en el que comí en el Culler de Pau (ya posteado).
Divina velada; si queréis un defecto; alguna referencia de la carta de vinos, me pareció bastante disparada. Lo demás es el olimpo, la emoción y la sensación de levitar durante casi todo el menú. (Evitense bromas con que esto fue a causa del vino; está claro que ayuda, pero no tanto...)
Por aquel entonces el menú aún estaba a 49 pleuros; en las dos siguientes entradas; que publicaré seguidas a esta, ya veréis que hubo incremento en el precio, que se justifica en lo que para mi es emoción garantizada.
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