sábado, 16 de octubre de 2010

Casa de Comestibles, 2ª vez, o "no eran imaginaciones mías..."

Esta visita ha tenido lugar el pasado mes de agosto del 2010.
Impresionado por mi primera visita y acrecentado mi interés por el blog del restaurante; decidí finalizar en CDC la serie de cuatro homenajes vacacionales que había planeado.

Una llamada unos días antes para encargar un menú sorpresa elaborado por el maestro Jordán, fue lo único que precisé para reservar unas cuantas horas de gastroemoción.

"Gastroemoción" otro término chorras más que me invento; pero que en este caso en concreto sirve para expresar lo que se obtiene de la experiencia, que para mi supone visitar un restaurante. Una experiencia que como ya he mencionado comenzó con el encargo de un menú sorpresa, resultando tal factor sorpresa, incluso más grato de lo que cabía esperar.


Rodeado de años de experiencia a mi servicio, de mano de los dos miembros que forman el equipo de CDC, quienes dispensan los factores, a mi juicio necesarios, para la mencionada gastroemoción y que la mayoría dejan al azar. Factores como una agradable decoración, iluminación y la cuidada atención (presencia inclusive), que conforman un ambiente de lo más propicio para el disfrute de lo que allí se come, se bebe, se respira y se escucha.

Mención especial para una logradísima selección musical, que al igual que el resto de la oferta, viene del saber hacer y de una abultada experiencia. Les felicité por ello y desde aquí vuelvo a hacerlo; por que con este conglomerado de sensaciones me han hecho sentir como de la casa.
Recomiendo a quién observe alguna duda en las anteriores palabras, lo mismo que al resto; seguir leyendo y veréis de que hablo con más exactitud.

La carta de vinos es justa en cuanto a cantidad, pero en ningún caso a calidad; primando la selección personal (alejándose del corta-pega habitual) y la buena gestión de la misma; vino que se acaba, vino que se marca. Parece fácil, pero en muchos sitios no sucede, lo cual provoca fastidiosos contratiempos.

De dicha carta, elegí el Gorvia que aparte de ser un vinazo, tiene una cualidad todoterreno interesante de cara a los menús degustación. Reconozco que dicha cualidad se esfuma ante un tartar de gambas como el que me zampé en esta ocasión; quizás ¿Habría sido esta la ocasión de un champagne...?. En fin, vamos con la pitanza:

Antes de comenzar con los platos es importante tener en cuenta que CDC suele ofrecer un surtido de panes excepcional, que en esta ocasión estuvo formado por: Borona, Espelta, Pasas y orejones y Semillas con aceituna negra.
Todo el surtido de pan está de vicio, pero acompañado de una estupenda mantequilla de albahaca y un buen aceite de arbequina, ya ni os cuento.



El ravioli de remolacha con queso fresco y crema de manzana es un serio comienzo que expresa finura y elegancia en todos los aspectos, además de la extraña obsesión del cocinero por la remolacha.



La zamburiña con muselina de ajo y aceite de pimentón es otra muestra de como llevar un estupendo molusco al éxtasis. En la visita anterior, había sucedido lo propio con un mejillón.




El tartar de gambas de Palamós con emulsión de sus cabezas y polvo de sus cuerpos fue directamente para darse al llanto, por la placentera emoción que provocaba. Probablemente el mejor plato de la noche.





Rubio braseado con judías, caldo de cava y erizos de mar casi crudos con alga deshidratada. Lección de punto, tanto del pescado como de la judía, exquisita salsa y el toque dulce del alga (creo que lechuga de mar) que aporta un punto divertido, aunque no me convenció la disposición de la misma en el plato.


Lección a mayores es la de emplear un excelente pescado como el rubio; pues parece que otros cocineros no encuentran en las pescaderías más que rape o merluza; que pese a estar de muerte sufren un importante abuso teniendo en cuenta los cientos de miles (o más...) de especies marinas que pueblan los mares.

Ahí veis el calamar de potera, con fideos negros, raviolli de puerro y zamburiña con aceite de su tinta. Creo que se explica por si sólo, pero aviso de que una vez rematado esto, café y cuenta habrían sido suficientes, aunque no suelo salir de casa para cenar ligero, si no para saciar al diabólico animal carnívoro que soy...

Y hablando de carnes, el pichón en dos cocciones con verduritas ecológicas y reducción de su jugo, sació al animalote. Alarde en las guarniciones, que pese a ser de muy diferente "palo", estaban toditas en su punto. Ya veis, todo artificial y precocinado.


A modo de prepostre, el polo de orujo resultó doblemente evovador, pues mi madre me preparaba polos de chocolate en unos moldes parecidos y el orujo me recordó innumerables comidas con alto número de comensales.
Si queréis que también cuente lo malo, no soy fanático del orujo, ni de los polos de sabor natural. Prefiero el Drácula o el Calippo de toda la vida y mejor que la señora Genoveva, no se entere de esto, por que sospecho que sus polos de chocolate venían siendo un Colacao cargado y metido al congelador, con todo el amor del mundo, eso si...

La torrija de mango caramelizada, con su sorbete, galleta de jenibre, fresas y chocolate es lo que yo llamo un postre completito, que por cierto, estoy viendo la foto y ,pese a que salió movida, no me importaría devorarlo en este preciso momento.



El homenaje finalizó con dos cafés Lavazza y unos desbordantes pettit fours:

Agua de rosas vúlgaras, bombones de guanaja y arroz basmati con pistachos. Este último, en textura cremosa, impresionante; es más, nunca antes había probado un arroz de postre que me gustase tanto; ni con leche, ni espuma de arroz con vainilla, ni crujiente de arroz, ni na da na.

Ahora decidme; ¿es para flipar, o no es para flipar?. Yo a esto le llamo un menú COMPLETITO.A otros se les deberían subir los colores, pero dejando eso de lado, siento un especial orgullo de poder contar esta experiencia y esto es algo que no siempre me sucede.