martes, 24 de enero de 2012

A Parada das Bestas. Palas de Rei (Lugo)

Recién llegado de una cena en este hotel-restaurante ubicado en territorio lucense, en Pidre; una zona rural próxima al paso del río Ulla y al camino de Santiago -el francés, para más señas-; he leído en el caralibro una crónica sobre la reapertura de una parrillada, que me ha dejado seriamente conmocionado.
Dicha crónica -reseña, si se prefiere- ocupaba poco más de tres renglones, pero incluía información suficiente para que el tipo de clientela aficionado a ese tipo de locales, se acercase por el mismo.

¿Que a que viene esto?, pues a que este sencillo, natural e intrascendente hecho; me ha recordado lo limitado o ilustrado que es el punto de vista de cada uno, dependiendo de quien lo lea; sobre todo, de los que escribimos sobre nuestro pequeño universo gastronómico. Incluso me ha llevado a  pensar en las diferencias entre los escritos de los que se dedican a ello profesionalmente y los de quienes lo hacemos por pasar el rato compartiendo nuestras experiencias con el resto de posibles interesados.
Por lo general, los profesionales que menciono, parten de un mayor conocimiento, experiencia y por tanto mayor criterio, visión de mayor amplitud, pero; ¿son por tanto más fiables?. No a la fuerza; el hecho de poseer un base de cultura culinaria, gastronómica y mayor conocimiento de la restauración como negocio; en mucho casos es un poder al que le suceden mayores responsabilidades. Los críticos profesionales son individuos asalariados y ¡Ay amigo! en el trabajo la mayoría de personas, no tenemos más remedio que ser "otra persona".

Las presiones que recibirán a la hora de emitir sus juiciosas crónicas, no quiero ni pensarlas. Me imagino llamadas del responsable de tal o cual negocio, al teléfono particular del crítico; poniéndole a este los puntos sobre las "ies", por haber escrito tal o cual cosa.... Con lo subjetivo y arbitrario que es esto de ir comer a un restaurante -en el que para servidor, lo único cierto es que "se come todo"-; el profesional que será de pluma libre, dado que se sabe -o se cree- conocedor omnisciente de todo lo que sucede desde su llegada al restaurante; se sentirá acosado, violado en su intimidad y con la libertad de expresión que le otorga su criterio  de experto, cortada de raíz.
También es cierto que, el hostelero se pudo haber sentido igual de frustrado y atacado al leer la reseña que ese crític@ cagasietes le dedicó injustamente...

A que conclusión me lleva esto; pues a lo innecesario de las preocupaciones y obsesiones de los muchos que nos dedicamos a bloguear por la red. Innecesario e insignificante; así que, ¿debe eso cortar nuestras alas a la hora de ejercer nuestra afición? Pues yo creo que si se trabaja desde una base ética, todos podemos opinar con libertad y no nos debería preocupar lo que piensen el resto de los interesados, salvo que de verdad nos interese su criterio, claro.
Ahora que tengo más presente el descontrol que supone esto largar sobre mis vivencias y lo inútil que es tratar de tener a todo cristo satisfecho con lo que lee; paso a narrar mi última experiencia en un restaurante, bajo mi particular punto de vista. Quien no esté de acuerdo con él, es igualmente libre de hacérmelo saber; para eso está el apartado de comentarios, para juntar criterios, para animarnos a continuar jugando, o directamente, para dar por saco a servidor, por largar tamaños despropósitos. Al fin y al cabo, lo que no nos permite evolucionar, es creer que siempre tenemos la razón.
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A Parada das Bestas es un hotel -mejor conjunto de edificios- rural, situado en un paraje de enorme belleza. Se ven los Carballos -robles- que forman mi apellido paterno por doquier, prados cerrados con muros ancestrales, aire campestre, tranquilidad  y un compendio de factores que se suman para formar una auténtica belleza paisajística. Si, como ha sido mi caso, acudís a A Parada... por primera vez, sólo para disfrutar de su restaurante, la sensación será similar a la de acercarse a sus compañeros de grupo Casa Pendás, o ¿por que no? al Bulli (tengo una entrada pendiente sobre este último).
El hecho de tener que transitar una carretera plagada de curvas, que por momentos parece imposible que vaya a desembocar en un restaurante; añade el toque romanticismo que toda peregrinación gastronómica, por pequeña que sea, debería incluir.
No os preocupéis por los controles de alcoholemia a vuestro regreso. Si acaso os topáis con uno, basta con que les hagáis saber a los agentes de la ley; que estáis de vuelta de una comida en A Parada das Bestas. Lo más probable es que si dais positivo, os multen igual; pero sentirán envidia cochina, por que seguramente habréis comido como reyes.

Si el momento de adrenalínica felicidad, que supone la llegada a un restaurante, sucede  de noche, puede que, como a mi, os resulte extraño que el exterior del complejo  no esté lo suficientemente iluminado e incluso dudéis donde aparcar vuestro auto. Ese hecho me parece y perdóname Gastropontés; imperdonable.
En cuanto os plantéis ante al aparcamiento que se encuentra a pie de recepción, os parecerá imperdonable el hecho de que ser el único pringado que aparcó a más de 10 metros del restaurante.

El restaurante propiamente dicho, es un comedor carente de recepción. Tras  haber visto el espectacular entorno con su estupenda fachada y acceder al interior del comedor, no podrá menos que pareceros imperdonable la  mantelería más chillona jamás contemplada. A servidor le cuesta salirse del noble lino, o del limpio, agradable y favorecedor, blanco de los manteles planchados con esmero.
En el caso de A.P.D.B., me sugieren más un reconfortante desayuno, que una espectacular cena.
El caso es que cuanto más avanzaban las horas; más chirriante me parecían los manteles; en fin, imperdonable.

El servicio, es atento, pausado y amable, pero sin la indumentaria apropiada que uno se espera a la hora de que le acerquen por la mesa, grandes viandas y enormes caldos. Esto suma otro detalle imperdonable.

Las cartas son originales; con un agradable toque artesano, incluyen comida y bebida en un sólo libreto.
Disponen de más carne que pescado, siendo consecuentes con la zona interior que pisan; eso me gustó. Cierto que la lubina y sobre todo el bacalao al pilpil; me llamaron bastante la atención. Me llamaron la atención; pero no tanto como ese Rabo de Vaca Estofado que me pedí para el segundo.
De entrante escogí, por que me fío de mis lectores, la Torrada de Fígado de Parrulo, con Queixo de Arzúa e Crema de Cabaza Caramelizada.
Le comenté al camarero si podían hacerme medias raciones y su respuesta fue un imperdonable "no".
Siendo así y a sabiendas de que me iba a quedar sin probar unas Gambas con Touciño, que me llevaban el alma; ya había escogido.
La carta de vinos es corta; tampoco diría que escasa; pero lo cierto es que vi algunos vinos que no me gustaría tener en carta si el local fuese mío; aunque mira tu por donde, para una mesa se fueron dos de esos vinos... Ahora me interrumpo a mi mismo para aclarar eso de que me haya fijado en lo que acontecía en otra mesa, cuando yo siempre presumo de estar en mi burbuja y no asediar al resto de comensales con mi, mirada. Sencillamente sucedió; creo que pro una mezcla de un leve estado resaquil -pequeños brotes de ansiedad y descompensación entre cuerpo y mente- que cuando es "leve" incluso favorece ciertas experiencias, también ayudó que se encontrasen frente a mi campo de visión  y el propio ambiente del local -los manteles me impedían mirar mi propia mesa-, por echarle la culpa a algo externo. Vale, lo se; imperdonable, por mi parte...

Sigo con los vinos; ciertos sibaritas (yo jamás utilizo esta palabra de modo despectivo) no se sentirían del todo arropados por esa carta de vinos. Yo me las he apañado y tendría que pisar el restaurante unas 12 veces cambiando de vino, para que las posibilidades comenzasen a esfumarse. Entonces, ¿la carta de vinos bien?; pues el nombre del vino no se acompañaba de la añada, lo cual es, claramente, imperdonable.
Si hablamos de precios, yo pedí un Algueira Crianza, que resultó ser el PIZARRA y que lo cobran a 30€; o sea + o - 5€ más caro que  en tienda; imperdonable el no haberme llevado una caja entera.

Vamos pues con los comestibles:

No empezamos con un aperitivo de la casa como suele ser costumbre, lo cual me pareció imperdonable. Menos mal que el pan era de esos que no se topa uno todos los días y el hilo musical acompañaba.
También es cierto que un chupito de buen AOVE y una miqueta de sal a disposición del comensal, estaría bien. A nadie le amarga un dulce y a casi  nadie un salado...


Esta tosta es un compendio de sabor y contundencia. Perfecto el pan; rotundo el tremendo escalope de mi-cuit, con el lonchón de queso de un dedo de gordo y la crema de calabaza dulce, sabrosa... Un lote de proteínas e hidratos perjudiciales para mi dieta, pero beneficiosos para el júbilo de quién se lo manduque.
Me encantó, aunque encontré el queso demasiado frío. Si yo me la estuviese preparando en casa (con todo el tiempo del mundo; algo de lo que carecen en las cocinas profesionales); hubiese dado una breve pasada a ese lonchón por una plancha anti adherente.

Rabo de vaca estofado con salsa de queso del país, con ese aceite verde y ese jugazo responsables de que uno se haya puesto a mojar pan como si estuviese loco. Platazo, con saborazo y con un rabo de vaca sin deshuesar -imperdonable-; responsable de que me haya puesto a rechupetear los huesos mientras miraba de un modo socarrón al perro que veía tras el ventanal. 
No se quien de los dos, si el perro o yo, es más animal; pero estoy seguro de que comprendió que si de mis sobras dependiese su alimentación; pronto se le pondría tipo de galgo.
De los postres que el amable camarero me cantó -imperdonable-; me decanté por la tarta de chocolate caliente. Lo suyo habría sido solicitar un postre más ligero, ¡pero me hubiese perdido esto!.
Rico el helado de frambuesa; perfectos los frutos rojos, grandiosa la tarta chorreante de chocolate y perfecta combinación de todos los elementos. 
Este postre lo venden a 4,5 €. Imperdonable que no cobren el doble; sobre todo si nos ponemos en situación de la mayoría de sus competidores... 
Echaré de menos esta maravilla en sucesivas visitas a restaurantes. De eso estoy seguro.

En fin; todos los comestibles comentados, pan y agua inclusive, no llegaron a los 40 €. Hace unos cuatro o cinco años que conozco la existencia de este restaurante y sólo tengo una cosa clara; el que no me haya dejado caer por el mismo con anterioridad es  IMPERDONABLE.

Os dejo con un documental en el que unos aficionados y profesionales de la gastronomía; disfrutan de A Parada das Bestas.


Anda que no mejora la cosa con esos manteles blancos...