domingo, 14 de noviembre de 2010

A Estación (Al fin solos)

El primer jueves de septiembre estaba yo por Ferrolterra decidido a cuidarme y me fui dispuesto, para hacer unos largos a la piscina municipal de Narón. Supuestamente debería estar abierta, pero no lo estaba.
Me suelo cabrear mucho en las pocas ocasiones en las que, queriendo portarme bien, algún factor externo me lo impide. Con lo cual y para tranquilizarme, me fui tomar un vermouth a O Gaiteiro (prueben la "mezcla" o el Carpano y alucinen con un vermouth de una vez); sería más o menos al segundo trago, cuando la cabeza me dio una vuelta y caí en la cuenta de que hacía mucho que no comía en A Estación y además, nunca lo había hecho sólo.
Argumento absurdo pensaréis muchos, pero cerca de O Gaiteiro hay un cementerio, por lo que allí se perciben corrientes extrañas (todavía más absurdo, lo se) y creo me me hacen obrar diabluras como esta.
Bueno, el caso es que mis razones, aunque un poco estúpidas, fueron suficientes y ahí por las 15:15 entré en el agradable hall del restaurante. Una mesa me esperaba elegantemente vestida, con sus copitas de Riedel encima (más importante de lo que parece; a veces pico en sitios de nivel con un cristal tirando a regulero y al que no le pega un vinaco de 60 pavos), con buenísimas vistas a la terraza por un lado, la vía del tren y algo de verde por el otro y una perspectiva que me permitía visualizar toda la sala de no fumadores.
En sala me atiende el personal de siempre; hace años que de modo esporádico como en A Estación y creo recordar que el mismo señor que me atendió en esta ocasión estaba allí desde la primera. Digo esto por que había leído por ahí que se habían dado cambios en el personal de sala y que habían mejorado en ese aspecto. Yo los he visto bien, como siempre.
Veo el menú degustación en la mesa y pienso que no estaría mal, pero hecho un vistazo a la carta por si acaso; acto seguido ojeo la de vinos para ver lo que hay por ahí, aunque ya conocía mi elección antes incluso de haber entrado. He de reconocer que me parece de lo más apropiado el hecho de que tanto la carta de comidas cono de vinos y aguas, llegue a un tiempo; al menos yo, suelo tardar más en escoger el vino y me gusta probarlo antes incluso de que llegue el aperitivo. El caso es que entre que volvieron a tomarme nota; me habían dado las 15:33, por lo que el menú degustación me fue denegado y tuve que recurrir a mis segundas opciones (perfectas por otra parte).
A la pregunta que tanto yo, como alguno de vosotros os habéis hecho; ¿por que sigue en la mesa expuesto el menú degustación, si ya no se puede disfrutar del mismo?, me dieron una respuesta de lo más convincente; "preparamos cualquier plato del menú degustación en formato ración, si el cliente lo requiere". Lo dicho; convincente, o a mi me lo parece.

Si mi primera opción había sido el menú degustación, la segunda fue el atún rojo con tartar de mango y salsa de yogur de primero y la pechuga de pato Barberie con fresas, de segundo. Del postre ya hablaré más adelante; lo que si puedo decir es que también lo tenía elegido previa a mi entrada en el local. Esto hay que agardecérselo a la página web del Nove.

Mi primera opción para regar los platos había sido un Cueva del Contador, que pasó a Venus "la universal" por que se me antojó, funcionaría bien con el pato con fresas.
¿Que os cuento del Venus?; vino divertido, vale su precio, probadlo.
A base de cariñena y syrah, logran un caldo de agradable complejidad tras un envejecimiento de 20 meses en roble francés (esto último he tenido que mirarlo, pero así es).

Comenzó la diversión con una crema de calabacín con provolone; fría, fina y con un sabor sutil pero alegre. No me entusiasmó a la vista, pero si al paladar.












El atún venía en el punto óptimo para su disfrute, con dos texturas perfectamente diferenciadas por el planchado, pero con un interior que era pura mantequilla y no por ello pecaba de defecto de temperatura. La salsa de yogur agrio mostraba el contrapunto a la salsa de soja cocinada, en la que supongo se había marinado el bicho, que me resultó potente en exceso (sin llegar a desagradar) y el tartar, increiblemente compacto, combinó a la perfección con el graso atún, aunque con un exceso de cítrico (lima) a mi juicio.








He ahí la pechuga de pato, la carne roja del aire que se suele decir, en un plato contundente, pefecto de proporciones con la guarnición y en el punto que había solicitado. Muy bueno, aunque lo coloco en el puesto cuatro de mi ranking tras la maravilla de A Gabeira, la del España y la de enormidad de Casa Pendás.



Ciertamente lo disfruté acompañado del Venus.







Finaliza la pitanza con un postre que no decepcionó el milhojas de chocolate con crema de naranja y sorbete. Lo acompañé de un tokaji y rematé la jugada con expresso y brandy Luis Felipe Gran Reserva.









Y todo esto por una piscina cerrada y un vermouth. Ojalá tuviese cruces de cables como este todos los días y cuartos para costearlos.
¿He mencionado que no han subido los precios (o no tanto como para que lo apreciase) tras una de las primeras entradas que se publicaron en este blog?...
Pues eso.