viernes, 26 de agosto de 2011

Jurmet Confesions II, Patrones, matanzas, merengue y millones de pizzas.

Ahora que ya se conocen mis maniacas raíces tragaldabas, continuaré unos añitos más adelante. ¿Que sucedía durante esos años?, ¿se caía de una vez el muro de Berlín?, ¿realmente estaba Freddie Mercury enfermo de SIDA?, ¿governaba el PP, el PSOE, transición, democracia, pseudodemocarcia? 
¡No tiene importancia!!!, lo que si importaba era zamparse una tableta de chocolate al día, o aprovisionarse de unos buenos pedazos de pan de brona, para que tocase a kilo de pan por sardina, en el inicio de mis fiestas patronales; que no eran otras, claro está, que  las de San Juan. Ni más ni menos, que la noche más mágica del año, era víspera de la llegada de manjares como la empanada de bonito, de la cual, yo disfrutaba los corroscos por encima del resto -pues no podía con tanta cebolla-, los callos -aunque sólo zampaba los "jarabanzos", que diría mi abuela-, el solomillo de ternera asado con sus patatitas redondas, o la merluza a la romana. Esta última, recuerdo que llegué a odiarla por repetitiva; en esto, mi madre se anticipó al Nove... 
No era ningún fanático de la merluza, pero era un total detractor del bacalao; durante años era típico ver en la plancha de la cocina una olla enorme, cuyo interior escondía una coliflor con patatas y bacalao, con su ajadita y todo, muy tipical del jueves santo -fecha que, en la actualidad, dedico a deleitarme con chuletones sangrantes- pero también era típico, ver al lado una potita con la misma preparación desprovista del, por aquel entonces, "repugnante" bacalao.
Puede que os parezca un plato carente de sabor -la coliflor SIN bacalao-, aunque si le añadimos kepchup... pues no, realmente no me encontraba a gusto con esa combinación y lo que hacía era inundar la preparación con unos buenos chorros de vinagre y comerla mientras me zampaba, de un escondite que había bajo la mesa del comedor, unos pellizcos de avecrem
Jaaaaaaaaaaajajajaaa, ¡habéis leído bién!, me zampaba el avecrem a palo seco, de hecho era un aperitivo bastante asiduo, mientras aguardaba que algo con patatas fritas llegase a la mesa.
Fue tal comportamiento digno de cantidad de anécdotas suscitadas a raíz del mismo.
Recuerdo a la perfección una mañana, en la que, un vecino que siempre hacía presencia en casa de mis abuelos, los días de matanza, -cerdo, gorrino, marrano, no de Texas, ni nada por el estilo- pronunció las siguientes palabras:

"Hombre Dani, te noto más crecidito, desde que te alimentas a base de Avecrem".

En ese momento, la mayoría de los invitados estaban por allí, oliendo el delicioso aroma a hígado encebollado que despedía la cocina. Mi timidez y el rotundo descojone del personal, fueron más que suficientes para que me pusiese como un tomate y mantuviese el ceño fruncido durante toda la comida, hasta la llegada del dulce final, en el que siempre se me iluminaba el rostro. Almendrados, melindres, o el rosco de almendras de mi madre; resultaban curativos para cualquier pena y o, vergüenza. Esos mencionados eran curativos, pero las bandejas con docenas de pasteles que algún tío del arriba firmante, acercaba desde la pastelería, eran directamente un placer celestial.
 A día de hoy, prefiero los reconocibles sabores de los productos naturales; la repostería casera, pero por aquel entonces fantaseaba a diario, con todas y cada una de esas creaciones de unas pastelerías que, por cierto, no han evolucionado ni una pizca desde los gloriosos 80. Es más, seguramente hayan empeorado y mucho, dado la cantidad de porquerías que a día de hoy , están al alcance y disposición de los reposteros. Aprovecho, de todos modos, la mención de los mismos, para reivindicar tan noble y dulzón oficio, menospreciado cada vez más, por la actual generación, adicta a la bollería industrial del tipo Donuts, Pantera Rosa, Martinez  y demás colmados de grasas saturadas y productos sintéticos (joer, espero que no me lean; por que serían capaces de demandarme, por decir cuatro verdades)...

Vuelvo al tema de las matanzas, pues a este acto de auténtica tradición, que de un par de años hacia aquí, ha pasado a tomar tintes prehistóricos; si que debería que dedicarle, un post, como mínimo. Esas mañanas en las que desde horas trempranas, mis tíos se iban dejando caer sonrientes, ataviados de sus juegos de cuchillos portando un gesto malévolo y socarrón, causado por el disfrute que les producía que se acercase la hora del enfrentamiento hombre-bestia. También los chupitos de caña para digerir el desayuno, ayudaban a que la batalla hombre-bicho, fuese más una fiesta y una celebración, que todo lo contrario. 
Habrá quien observe crueldad en este comportamiento. Con todos mis respetos, no tiene ni puta idea; pues lo que realmente se celebraba en tales reuniones, no era el ver sangrar a un cerdo, si no una auténtica fiesta gastronómica en la que abundaban manjares, que se compartían en familia, alrededor de una mesa enorme -eran otros tiempos-. Aunque a veces se obvie, la mayoría de los de su generación, habían conocido, a mayor o menor distancia, el hambre; eso, sin duda, es algo que hace valorar tener una mesa alegremente inundada de alimentos.
Dicho esto, mi papel en esas reuniones consistía en escapar de la carnicería y para librarme de ello, con un mínimo de dignidad, hacía las veces de pinche y de camarero. Procuraba ser útil, lejos de las salpicaduras de sangre, el serrín, las menciones a todos los dioses supremos (juramentos por doquier)... Sencillamente, no tenían más remedio que aceptar que mi única aportación fuese una bandeja cargada con copas, chupitos y una botella de licor de guinda; amén de una mesa bien puestita. Algo es algo.

¿Que le gustaría del cerdo a un trampa como yo?, pues seguro que no aguardaríais que el hígado recién retirado del animal, fuese uno de esos manjares que sí apreciaba. Encebolladito y con sus patatitas cocidas -a falta de que fuesen fritas...-, o también en filetes fritos con ajo y unas gotitas de zumo de limón. También me gustaba cualquier parte del bicho por la que no asomase ni un pelín de tocino, que a día de hoy zamparía gustoso por toneladas...
En fin, al día siguiente, el del despiece, salían esos bistecs -también directos del bicho- fritos con sus ajitos y su aceitillo.... Era un manjar que, junto con el hígado, también me serviría de cena.
Tendrían que pasar unos cuantos años hasta que un domingo haciendo la ruta de los vinos, me animase a zampar una tapita de lengua, o unos callos al completo. Esos "descubrimientos" propiciaban  una sensación de lo más agridulce, dado lo mucho que podría disfrutar de los nuevos manjares incorporados en mi dieta y la cara de tonto que se me quedaba por haberlos rechazado durante años. Supongo que en mayor o menor medida, esto nos ha sucedido a casi tod@s.

Algunos platos impopulares, que también me gustaban por aquel entonces, eran las acelgas, sobre todo sus ricas pencas rebozadas, los tirabeques, cualquier tipo de haba, los arenques en salazón y los bocatas de salchichón blanco con mucha lechuga ejem; me parece que eso último es creación propia... hablaré por tanto, de mi cocina .
Empezaré por el final, hablando de los postres; muchos de ellos consistían en bollas y roscas adulteradas con nocilla, mermeladas o ambas... También las gloriosas filloas (una especie de crep a la gallega, para quien no las conozca) que se rescataban tras unos días para ser llevadas a la sartén, hasta que quedaban tiesas y crujientes. Una delicia, con simplemente algo de azúcar.
La nata y el chocolate, o los helados, por supuesto que también me pirraban, pero había un dulce que estaba por encima de todos los demás dulces existentes; EL MERENGUE. Si, ni por madridista, ni por bailongo; pero es que me volvía loco , me pirraba y aún continúa haciéndolo. 
Los que hacéis mofa del merengue o del coco -ingrediente injustamente despreciado-, como si fuesen productos de segunda, os merecéis arder en el infierno y no sois dignos de continuar esta vouayeresca lectura, sobre mis gastroconfesiones.
Cualquier cosa con merengue me volvía loco, del mismo modo mi base o soporte favorito en pastelería era el hojaldre; así que esos milhojas imposibles, en los que el merengue me llegaba hasta las orejas eran y todavía SON, el culmen del placer.
Puede que esto,  haya sido para muchos, una confesión decepcionante; pero lo bueno viene ahora. Lo que me deja en la clara posición de haber sido un "cuadro a analizar" desde edades tempranas, es mi brutal adicción por el citado y recitado, merengue. No os quiero contar el inmenso abanico de posibilidades que ante mi se abrió, cuando me enteré de cómo y con que, se elaboraba. Clara de huevo, unas gotas de limón y azúcar. El latir de mi corazónm, agitaba mis sentidos mientras la clara de huevo se iba transformando en esa aérea pasta blanca, en esa musse divina, a la que había que añadir el azúcar poco a poco y a veces no montaba ni pa Diós.
Este glorioso proceso, sólo se podría comparar con algo que aún tardaría un par de años en descubrir. También se necesita bastante movimiento y el resultado se parece, al menos en la gama cromática...
Vulgaridades y chabacanerías aparte, mi relación con el merengue, expresa de un modo de lo más místico; el paradigma que para mi, significa el vivir la vida: demasiado trabajo, dificultad para llevar los proyectos a cabo y, a menudo, frustación. Un "pico de gallo" en la mayoría de ocasiones, de imposible alcance. Nadie para ayudarte con la llave para conseguir los objetivos vitales... 

A día de hoy, se que el merengue se monta más facilmente si las claras están a temperatura ambiente (creíais que era la reves, ¿o no?...) y si las están cascadas de unas horas, mejor; así mismo, utilizar azúcar glacé también ayuda.
Fue larga la época en la que cuando mis padres salían, yo no quería acompañarlos, para poder preparar furtivamente un buen bol de merengue, que me comería con chocolate, galletas chiquilín, canela, moras, fresitas silvestres (cacaraixós), o a palo seco. Bucearía en esos cuencos, o metería los pies dentro, de lo más gustoso. Nunca, ni a día de hoy, me han hecho gracia las batallas de comida. ¡La comida está para comerla, no para tirarla y menos las tartas!!! Este comportamiento derivó en obsesión, pues el merengue acababa frecuentemnte en el horno, con una base de onzas de chocolate derretidas y hubiese la cantidad, que hubiese, tenía que zampármela antes de que  mis padres volviesen a hacer acto de presencia; amén de rellenar con H2O la botella de anís -ante la permisiva mirada de mi abuela- , para que nadie más se enterase de mi patológica conducta.  Creanme si les cuento que aparte del chocolate y los dulces navideños, también había que esconderme los huevos. Enorme handicap, dado que mi fobia a las gallinas, me impedía acercarme por el gallinero.

Cocineros del mundo, ¿queréis hacerme feliz?, poneos a preparar de una maldita vez un postre digno, con merengue. Si al fin y al cabo es más sano que la nata, la mantequilla o que los kilos de goma xantana, maltodextrina y carragenatos que si utilizáis...
Sería más o menos alrededor de esta época, cuando empecé a interesarme por la música.-
Quedarse una tarde en casa viendo como mi madre preparaba buñuelos, rosquillas, freixós, una bolla de yogur y limón, flan, o una tarta cualquiera; era un plan difícil de superar. También lo eran las mañanas en las que elaboraba croquetas, o albóndigas, que yo me empeñaba en hacer en forna de cubo -ahí fui yo, quien se anticipó al de las sandías- o piramidal.
Adulteraba casi cualquier preparación con un sinfín de especias, sobre todo si picaban y, pasados los años,  hubo una época larga, en la que me especialicé en fritos y rebozados.
Recuerdo un par de veranos en los que tuve por costumbre, cenar dos veces, a diario. Como, lógicamente, la segunda de esas cenas tenía que preparármelas yo; puedo decir que NADIE, ha echo patatas fritas de tantas maneras como servidor, ni ha preparado salchichas encebolladas, tantas veces, ni nadie habrá hecho tantas versiones express del pisto y seguramente nadie se habrá comido tantos helados, galletas , o lo que hubiese por allí, mientras se preparaba la cena. 
Se lo que muchos estaréis pensando al leer esto; pero no, no era consumidor de cannabis, no todavía... sencillamente siempre tenía hambre y cuando no, estaba deseando tenerla para poder zampar de nuevo.
Del mismo modo, era capaz de rebozarlo todo y cuando digo todo, es todo; el huevo rebozado -precocido, claro está-, servirá de ejemplo. También  me obsesioné por rebozar patatas fritas, rebozar y freir patatas cocidas, rollitos de fiambre rellenos de mil historias, conservas, lomos de pescado e incluso filetes... más tarde llegarían las rodajas de calabacín , tomate, o los quesitos; aunque sin duda el colmo de los colmos, era freir el resto de los rebozados, obteniendo una suerte de tortilla con pan rallado, o frutos secos, con su ajito perejil, restos de harina y huevo. Podéis creerme que a día de hoy, no sería capaz de empanar ni la mitad de las cosas, ni aunque lo intentase... 
No abandono el apartado "rebozados" sin hacer incapié en ese huevo; pues años más tarde de mi genial creación, vi en una ponencia como una tal Marcelo Tejedor, preparaba algo llamado metahuevo, con un proceso similar (¡puto copión!)...

En fin, lógicamente había que especializarse en algo y yo comencé por sandwiches que desafiaban por su altura, con tocar el techo de la cocina y los bocatas más suculentos que os podáis imaginar, los cuales hacían estragos en la pituitaria de cualquier vecino que intentase mantener una dieta correcta. Poco a poco, el queso entraba en mi vida, siempre y cuando estuviese fundido entre hamburguesas, bacon, chorizo, patés varios, filetes de pollo, anchoas, sobrasada... la dieta mediterranea, vamos.
Como todo cansa, acabé por adentrarme en el inagotable mundo de las pizzas, rechazando de plano las precocinadas y dando rienda suelta a mi imaginacón. Recuerdo un bombazo que incluía una base de paté, queso de Arzúa en tacos, kepchup y mucho perejil. También me viene a la memoria una de pollo picante, o la de atún con huevos... Tenía varias hojas de libretas escritas con estas creaciones que bautizaba con nombres de lo más estraños, aunque era incapaz de cocinar nada que llevase menos de 15 ingredientes. Creerme que mi salsa para el churrasco, llevaba unos cuantos más (recuerdo sal, azúcar , mostaza, laurel, aceite, vinagre, pimienta, orégano, pimentones, guindilla fresca o cayena, tabasco,ajo, perejil y algún que otro ingrediente top secret que no desvelaré) y era demandada con frecuencia en las churrascadas -me niego a llamarlas "barbacoas"- por mis amigos. 

Dichas reuniones, se oficiaban a menudo, en casa del único de la pandilla lo suficientemente matao y pringao, como para preparar churrasco mixto, que incluía un chorizo criollo per cápita -lo de medio chorizo, me parecía de miserables- con guarnición de patatas fritas y ensalada.
Unos langostinos a la plancha eran el  entrante perfecto, para una recua de amigos que al grito de ¡para comer hai xente!!!, devoraban tan universal menú, vaciaban la nevera de docenas de cervezas y siempre dejaban hueco para una enorme cantidad de digestivos. Ese era el objetivo real de todas esas reuniones, salir con un pedal de campeonato, rozando el coma etílico, cuando no llegando a alcanzarlo.
Entre tanto tanto el equipo de música, despedía canciones de Queen, Depeche Mode, Triana, Grand Funk, Dire Straits, Nirvana, Deep Purple, Led Zeppelin, Pink Floyd, Santana, U2, The Police... siempre y cuando no se acercase algún gracioso a poner el disco de La Trinca o Juampa y la Raja...
Ahora me diréis que con 16 años ya estábais curtidos en Miles Davies, Pat Metheny, Schubert, Win Mertens, Scott Henderson, Charlie Parker y no os perdíais ni un recital de Arcaadi Volodos...¡ya!
Han sido según mi recuerdo, en ese tipo de reuniones, junto con alguna boda o similar... las primeras ocasiones, en las que recuerdo que se dejaba caer alguna botellita de vino por la mesa. El vino que bebíamos aquellos a los no nos gustaba el vino; así que no era tinto, era blanco y gallego. No emocionaba,ni a mi, ni a nadie; sencillamense se ingería como si fuese Fanta, pero con alcohol...
Aquí ya estaba totalmente atrapado con el rock&roll.-
Cuanto más negro, oscuro y tenebroso; mejor. En claro contraste a mi conducta payasil...
Lo dejo aquí, en esta etapa de mi vida en la que las sustancias psicotrópicas no se hallaban sobre el tablero, ni había flipado todavía con mi primera botella de vino. 
¿Cual sería?, ¿Un Château Latour, un Pagos Viejos Artadi, un Gran Clos, Pingus, algun Barolo piamontino, Chapoutier Ermitage l'Ermitage Blanc, un fresco Mencía de la Ribeira Sacra, un ultrapotente Toro...?

Permanezcan  atentos a su pantalla y lo averiguarán.