De vuelta de conocer la noche de San Juan en Girona y su restaurante mas internacionalmente popular, tomé carretera sin peajes (pocas veces merecen la pena) hacia el aeropuerto de BCN.
Radio 3, sonaba en mi impecable Ford Fiesta de alquiler y unas buenas horas por delante antes de tomar vuelo de regreso a casa. Un pensamiento revoloteaba por mi cabeza mientras trazaba el recorrido de una serpenteante carretera de impresionante paisaje; "me vendría de maravilla algo de lectura".
La mañana era soleada; uno de esos días de tal limpidez, que aunque un algo de resaca nuble los pensamientos; da gusto conducir por una carretera tan apacible.
Trazé un plan que consistía en efectuar una breve parada en Barcelona, para hacerme con un libro. "Con la misma me pillo el de Santamaría..." recuerdo haber pensado en más de una ocasión. En muchas de las señales de tráfico, se reflejaba el nombre de Sant Celoní y todo indicaba que pasaría muy cerca del citado pueblo.
Lento, pero no tarde, desperté por fin y me percaté de que seguramente en el restaurante del, recientemente fallecido, cocinero, tuviesen algún ejemplar a la venta.
No las tenía todas conmigo para encontrarme abierto el establecimiento; pues desconocía su horario y no sabía si el luto habría permitido que las brigadas se hiciesen de nuevo con los fogones. Por suerte, la vida sigue y tras recorrer las estrechas calles de Sant Celoní, el GPS me dejó a las puertas del afamado restaurante. Las edificaciones y la aparente falta de vida del pueblo a la hora de la comida para la mayoría de los obreros; me hizo recordar algún lugar de Portugal -no podría decir bien por qué-. Me apeé de mi auto, el sol estaba algo tapado en ese momento y yo tenía una sensación un tanto extraña. Una especie de nebulosa mental, que se despejó cuando alcé la vista hacia la fachada de Can Fabes y un extraño escalofrío recorrió mi espina dorsal.
Por algún motivo me poseyó el deseo de que el libro de marras se había de comprar in situ, ya no quería entrar en una librería cualquiera, para realizar su adquisición. La fachada que observaréis en la injusta foto que incluye este artículo, no transmitía muestras de que en el interior del edificio se estuviese desarrollando algún tipo de actividad.
Caminé hacia el lateral del edificio y me topé una puerta abierta. A través de la misma, penetré en el interior presa del innegable magnetismo que hacia allí me había llevado, me encontré una pequeña recepción con una mujer atendiendo la misma y un camarero que salió a mi encuentro , como si estuviese aguardando mi llegada -aunque pueda parecer fruto de mi imaginación así fue-.
¿Como puedo explicar mi sensación en esos momentos? Lo cierto es que sólo yo vi las caras del personal, en ese momento. Yo, que iba ataviado de unos vaqueros cortos y seguramente parecía haber entrado allí por equivocación. Yo, vi sus caras durante un flash temporal y percibí la placentera sensación de estar siendo atendido por unos profesionales fuera de lo común.
¿Todo esto para contar como me compré un libro?; para eso y para algo más. Supongo que en el camino y nunca donde te lo esperas, está la felicidad. Al final del camino, lo único que suele esperar es el camino de vuelta. Eduard Punset lo explicaría de otra manera, yo carezco de recursos...
Seleccionado el libro a comprar y mientras me lo despachaban, salió de mi boca, algo que no me pude callar:
-Estoooo, es..., no me imaginaba esta decoración -predominio absoluto de negro y algún gris titanio con motivos rojos, una estética infernalmente bella-. La verdad que no habré visto muchas imágenes por ahí, o no me fijé lo suficiente...
-Seguramente se esperase algo más tradicional...
-No exactamente, sencillamente no me esperaba esto; la verdad que me encanta, es precioso...
En ese preciso instante llegó mi libro, que fue enfundado en una bolsa de Relaix & Chateaux*.
-Mira, te importaría enseñarle el local al señor, mientras no llegan los comensales.
Sorpresita del niño Jesús -que diría cierta amistad-. Servidor, que debía tener un aspecto similar al de Paco Martinez Soria, asomando por la boca del metro a su llegada a la capital; NO PUDO NEGARSE.
Seguí a mi amable guía, cual perro faldero y comencé a bajar unas escaleras, mientras un celestial olor a pan recién horneado acariciaba mi pituitaria. Acababa de aterrizar en una estancia con una decoración más tradicional. Creo recordar la indicación de que mantenía su aspecto original. Lo que ya no se me borrará en la vida, es la cesta de pan más hermosa que mi vista ha tenido el placer de haber contemplado.
En ese momento ya estaba atrapado, no quería salir de ese lugar, pero siguiendo al camarero entré en la cocina y allí casi tengo que pellizcarme mientras escuchaba atentas explicaciones del tipo; "esta es la mesa del chef donde un grupo de comensales puede reservar y contemplar parte del trabajo de las brigadas, a cambio de renunciar a la comodidad de la sala". Segumios adelante, saludo tímidamente a los maestros que allí realizan sus labores y accedo a un impresionante comedor privado, dotado de una sóla mesa.
Todavía con el impacto de haber visto en pocos segundos la cocina más imponente que pisé en mi vida -de esto estoy seguro y eso que he estado en unas cuantas-, accedí a un salón más moderno; de aspecto similar al de la recepción y allí vi MI mesa. Si "Mi", por que en ese momento, sabía que sentar mis posaderas a disfrutar de una comida en esa mesa, era ya una obsesión.
Aún faltaba por ver la bodega; "quiero morirme aquí" pronuncié en un tono moderado; más para mi mismo que para que lo oyese alguien más. De nuevo unas atentas explicaciones de mi guia, que me mostraba una mesa de cata dentro de esa sala perfectamente aclimatada y de vuelta para arriba.
Me comentó el número aproximadeo de referencias del que disponían - alrrededor de 300, creo recordar- y recuerdo las torpes palabras que salieron de mi boca "Estoy francamente, sorprendido. No puedo decir más"
De vuelta en recepción, la pregunta estaba clara; "¿es muy difícil reservar mesa por semana?, todavía me quedan días de vacaciones por disfrutar y..."
Mi regreso a casa estuvo marcado por la espontánea y fugaz visita a Can Fabes que acabo de relatar y ocupó mi pensamiento incluso mientas escribía es post anterior. Un flechazo, es un flechazo y si como he leído recientemente, "EL ARTE SUPREMO ES EL AMOR", tendré que hacer cuanto esté en mi mano para saber si detrás, hay algo más que un estado mental.
Tenía este restaurante borrado del mapa DANINLAND por que los precios de los menús son elevadísimos y el hecho de que cobren un plus en caso de que un único comensal ocupe la mesa, parece ir en contra de mi naturaleza. Pero el caso es que un flechazo...
*Esa bolsa fue utilizada como contenedora de basura en la cueva más lujosa, que servidor ha pisado y pisará jamás.
Genial ¡¡
ResponderEliminarMas vale una imagen de unos panes , que todo lo que diga una guia pirellin ....:encanto, seducción,artesania,olor, en fin nada de esto ocurre por casualidad , solo por que hay alguien que puede trasmitirnos toda esta sensibilidad por las cosas bien hechas, y a pesar de las criticas de cuatro paletos se empeñan en hacernos felices, dia a dia .
Recomiendo la lectura del blog de Santi Santamaria , el articulo genial de titulo " "DICEN QUE TU NO COCINAS"
un saludo "harinoso" . CALI MOCHO
CALI MOCHO, de seducción y encanto va la historia.
ResponderEliminar¡Viva la harinarrrr y el pecadorrr!!!
Un saludote. DANINLAND